miércoles, 22 de septiembre de 2010

Once a year, every now and then she forgets, she forgets all about her past and drives herself crazy at night. Thinking about the flaws and mistakes she's ever made. She's forgetful. She likes to write reminders in her hands. She's a mess. She keeps a lucky charm around her neck to keep her safe at night. She forgets who she is every now and then. She falls in love every once in a while. No one loved her back, of course, but it was worth trying. She’s a bit pretty. Sometimes she wants someone else’s man, but then again she always regrets it. She’s a girl you may know. She’s everybody’s friend. She’s not a lover; she’s just what she is. She writes and dreams about a different reality. She smokes to let out a little life. She’s just someone you know. She’s just someone who appears and vanishes among everybody else. She’s impossible to forget but hard to remember.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Mariela

Era cada mañana cuando Mariela se levantaba a hacerse una tasita de leche con café, porque tenía más leche que café dentro de su tasa, se comía las migajas que dejaban los panes duros que se había comido días antes. Luego se metía a la regadera a regarse el jardín, sacudir el pasto y rasurar los matorrales. Al salir se ponía un vestidito de lino de cualquier color pastel. Se untaba crema en sus piernas como el bronce y perfumaba su largo cuello.



Al terminar toda su rutina mañanera, salía a dar una vuelta a las cuadras que rodeaban su casita de tabla roca. Caminaba por la acera mirando a través de las vitrinas, donde se escurrían sobre los maniquís los vestidos de seda llenos de gracia, en las tiendas más costosas de la ciudadela. Seducía uno que otro extraño con una mirada furtiva, una mirada coqueta que se le escaba y con la danza de sus caderas de lado a lado, que tiraba cualquier mandibular.


Después de babear un rato en el centro, por los costosos atuendos, regresaba a su morada a escuchar a su senil vecino tocar el clarinete. Nada la hacía más feliz, nada la hacía regocijarse en júbilo de tal manera. Sacudía y barría con el ritmo del clarinete. Después prendía un porro y se fundía con la melodiosa situación. A Mariela no le gustaba fumar mucho, solo lo hacía cuando lo ameritaba, decía ella.


Se desvestía al compas picaron del clarinete y suavemente buscaba su ropa de trabajo. Esa ropa que dejaba mucho que desear. Mejor dicho que hacía mucho que desear. Un vestido con cuello de encaje que se desabotonaba desde atrás. Le llegaba hasta medio muslo mostrando un poco de los moretones de ayer. Pero no era nada que unas lindas medias pardas no cubrieran. Con unas sortijas de diferentes diamantes, de diferentes clientes le envolvían los dedos. El cabello ondulado le caía sobre el hombro derecho, dejando que su tierno cuello se asomara. Un cuello que se bañaba de perfume francés, cada noche. Después tomaba sombras de diferentes tonalidades que dejaban sus ojos fríos llenos de sabor. Para luego deleitar tu vista con unos labios color carmesí.


Al terminar esta ritualidad se servía un vaso chato de vino tinto, barato. Se lo tomaba despacito, a pequeños sorbos, saboreando el amargo sabor en su lengua. Esperando la llamada. Así siempre pasaban dos horas, ella bebía para verse más feliz. Al rato de esto, recibía la llamada. “Ya llego alguien, preguntando por ti” le decía una voz que se interpretaba como una mujer asalariada.


Mariela bajaba las escaleras feliz, porque tendría dinerito para gastar en el vestido de noche que vio en el aparador ese día. Al salir de la casa con aromas dulzones, sentía una fría brisa y el alcohol sumergirse en su sangre. Paraba un taxi y le pedía gentilmente que le llevara a cierta dirección.


Al llegar a dicha dirección, le abrían la puerta unos hombres fortachones con aspecto de matón. La saludaban educadamente y le deseaban una próspera noche. Al entrar al edificio tan visitado, sus ojos se deleitaban con un desfile de mujeres. Mujeres que invaden el sueño de cualquiera para empapar tu cuerpo de dicha y locura. Unas féminas de diferentes nacionalidades que desbordaban sexualidad de sus bragas. Mariela las saludaba a todas como si fueran sus hermanas. Las besaba en la boca con gran cariño, como a quien no se ve después una guerra.


Ella atravesaba el vestíbulo, lleno de vestidos que ciegan por todas las lentejuelas que cuelgan. Recorrida la larga tarima, pasaba a un pequeño cuarto que se resguardaba en la penumbra de los camerinos, para las divas. Llegaba al cuarto, cerraba la puerta detrás de ella, le echaba cerrojo.


Se quitaba el abrigo y se tomaba el trago que una de sus camaradas había dejado en el piso. Levantaba la mirada y veía a un cliente habitual. El señor Disán, que siempre le llevaba whisky caro y joyas que te hacían parpadear. Mariela se acercaba a su conocido y le decía que si la esperaba cinco minutitos. “Apúrate que no me aguanto”, le contestaba el hombre canoso. Mariela le sonreía sutilmente y se dirigía al baño. Llegaba al baño, y se deleitaba con un polvito blanco que se escabullía en sus fosas nasales. “Suficiente para el rato”, pensaba ella.


Al regresar al cuartito, se desvestía lentamente. Con los ojos del señor Disán atravesándole el cuerpo. Recorría sus muslos con las puntas de sus largas uñas coloradas. Con el corazón del canoso acelerándose cada vez mas. Fluidos corrían por todos lados, el se lamia los labios. Ella se contorsionaba en el sucio piso lleno de cenizas, levantando las piernas, dejando ver su femineidad. Se sobaba para el deleite del voyerista. Se levantaba lentamente dejando caer sus caderas en las piernas del desenfrenado. La apretaba, la lamia y la abrazaba. Un frenesí de hormonas recorrían las venas del pobrecillo canoso. Ella sólo se lucía. Mariela hacía lo que el señor Disán le ordenara, levántate, siéntate, lámeme, sóbame, ámame, cualquier berrinche. Ella sabía que le convenía obedecer al hombre, “Quiero mi vestidito, el más caro que vi en esa vitrina” pensaba.


Se escurría la música del lugar por las bisagras y los hoyuelos de la puerta. El hombre jadeaba y apretaba los ojos para aguantar un ratito más. “Que rápido se va a venir este idiota” pensaba Mariela. Ella solo pensaba en comprarse ese lindo vestidito. Mientras el hombre aguantaba como su corazón latía sin ritmo alguno. Con los pantalones en el piso y los zapatos puestos. Mariela se incomodaba, después de todo a ella nunca le gustaba estar contra la pared.


“Tiempo” se escuchaba una voz por el pasillo que abrazaba la puerta. El hombre abría los ojos como platos, tartamudeando y agradeciéndole a Mariela por el buen rato. “No es por nada, es todo un placer”. Era lo que siempre decía Mariela, después de dejar contento un cliente. El viejo torpe se subía los pantalones y se limpiaba los fluidos del saco. Mariela se subía las bragas, mientras miraba expectante a su cliente. “Ya vete, tengo más clientes” le decía ella. El señor Disán le agradecía tartamudeando y le daba sus lindos pendientes acompañados de una botella grande de whisky.


Mariela se tomaba toda la botella esa noche. Con todos sus habituales. Ebria y feliz por el dinero de su vestido, se despedía de sus hermanas. Salía arrastrándose del lugar, con los bolsillos llenos de billetes.


Llegaba a su casa sonriente, se ponía su camisón para dormir y se tiraba en la cama con todo dándole vueltas. El cuarto se impregnaba de un aroma crudo. Un aroma que se mezclaba con el de los hombres que veía y la felicidad que les producía, entre otras sustancias. Mariela, cerraba sus coquetos ojos, llenos de maquillaje y le rezaba la virgencita que el vestido siguiera en el aparador mañana.