lunes, 7 de marzo de 2011


Como a eso de las (inserte hora aquí) de la mañana

A penas puedo ver con claridad, es como si mientras caminaras tu silueta se fuera desmoronando y simultáneamente se mezclara con la loseta. Y unos cuantos cabellos vuelan. Por primera vez no tengo frio, y es grato. Porque soy una friolenta, una empalagosa que le gusta acurrucarse hasta quererse sacudir las ganas de vivir. Y entonces nos abrazamos. Escrudiñamos cada imperfección de nuestras manos, con nuestros dientes. Como si la vida dependiera del mordisqueo.  
Unas manos poseídas se escapan por ahí, y juegan con la densidad de tu ser. Con lo pesado que pueden ser tantas cosas, aun así me gusta jugar con ellas. Unos labios furtivos se avecinan, con un tibio aliento perfumado en alcohol. Un alcohol barato, juguetón y sabroso. Y por ahí, en la penumbra de la noche, por arriba de las cobijas, se encuentran estos con los míos, jugamos un rato. Un rato más. Un rato más. Y después amanece.

-          Tienes uno, dos, tres, cuatro, cinco, mil.
-          Mi mamá también los tiene.
-          Es como si tuvieran una cubeta de lunares y te los hubieran aventado a los labios.

(Silencio, pienso)
Entonces, ahí es cuando exploto por dentro.

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