domingo, 23 de agosto de 2009

Quiero revivir.


Me encantaría vivir en una nube de frivolidad. Intoxicarme de lo estúpido y banal, por lo que todos mueren. No quiero preocuparme de lo difícil de la vida, de lo complicado y de lo enmarañado que es todo esto. Estoy enferma de realidad. Quiero vivir en un mundo falso y utópico. Quiero preocuparme por las trivialidades de los seres humanos, comunes y corrientes. Saborear lo que es levantarte para pensar, que te pondrás esa mañana.
Siempre me he auto protegido, he sido egoísta con el mundo, me he resguardado de vivir plenamente. Nunca he puesto ambos pies en el aire, siempre he estado al pendiente y deambulando de aquí para allá. Nunca amé completamente ni muchos menos me entregué. Y por protegerme con tanto ímpetu, me perdí en mi cabecilla. Me he perdido y no creo poder regresar. Porque todas estas vocecitas me aprisionan y me convencen a quedarme.
Y yo sé que aunque me pierda y de millones de vueltas, regresaré al mismo punto de partida; mi cabeza. Claro está, terminé sin amigos, aliados, mojigatos, peleles, criados, amados, siervos o incluso madre. Pero es una realidad alterna que me es adictiva, como la cafeína, el alcohol o el tabaco. Incluso peor, ya que en ésta me protejo, me enseño, me intento amar, me auto plazco, me rimo, me lustro, me crío y me asusto. Ninguna, ni nadie, ni todos me da todo eso.
Y esas vocecillas me martillean mi cabecilla, me exaspero. Pero aunque este tirada en la calle, con las gotitas de la lluvia cayendo en mi frente, con la muchedumbre pasando a mi alrededor como hormiguitas, no me notan. Me caen gotitas en los labios, saco mi lengua para saborear el néctar de la vida que se precipita por las nubes, y es puro. Tirada ahí en el medio de la calle, no me notarán, no me amarán, no se preocuparán por si estoy muerta o no. Pero yo tengo estos momentos conmigo, esos dulces segundos que sé que disfruto lo que los demás ni se detienen a ver. Porque hasta cierto punto, me encanta. Me encanta saborear en la cara de los demás los pequeños placeres que nos da la vida. Y eso significa que cuando yo tenga lo que los demás dan por un hecho que deben tener, moriré en éxtasis. Regocijada en júbilo. Feliz.

domingo, 16 de agosto de 2009

[Veni Vidi Vici] ¿En verdad?



Pocas veces son las que volteo y reconozco lo que veo. Las que no tengo miedo que la vida me devore viva. Más son los momentos que me estoy tropezando y voy directa a una pared de concreto. Y entonces veo las huellas en el polvo que voy dejando y pienso, en lo que veo ahora cuando me veo en un espejo. ¿Acaso me reconozco?
Un buen día de mi juventud me paré en medio de todos. Me hice camino entre todos, a patadas, arañazos, manotazos, golpes, puñetazos, y a gritos. Pero aun así, no llene ese vacío cuando me veía en el espejo. Rechacé vivir una vida de cliché. Voy remando contra la corriente, contra la corriente voy y aunque mis brazos se cansen; seguiré. Yo sé que es cansado, por eso muchos deciden llevarse con la corriente. Pero aunque yo tenga que poner mi bote en automático, y simplemente que no me importe chocar con los demás. Yo seguiré.
Y tal vez no me llene esa acción, pero es lo más cercano a ello. Es lo más cercano a sentir que no me estoy alejando tanto de mis metas. Y si, es reconfortante saber que no sigo a los cerdos sin cerebro, que no sigo sus idolatrías a lo banal y estúpido.
Si tuviera una mente más joven, borraría el cielo. Borraría las arrugas que se le han hecho, por tantas preocupaciones. Alimentaría las nubes de un néctar de vida y pureza. Me sentiría reconfortad al ver cielo, vería pureza. Podría sentir un poco de resguardo en ellas, y tal vez volar hacia ellas. Alejarme de todo el bullicio. Sofocarme en mis propios pensamientos y aspiraciones. Crecer en los largos brazos del sol, liberarme de las garras del mar. Muchos han sido los años, por si no lo sabía, que yo he vivido en el mar. En el mar lleno de angustias y cuerpos flotantes. El sabor de la sangre en sus aguas… es repugnante. Es la sangre de todas esas personas que intentaron remar y remar, pero nunca lograron llegar. Remaron hasta el punto de desangrarse y hundirse, junto con todos esos animales porcinos. Quiero dejar de oler y vivir en esa esencia de sangre. Quiero respirar magnitud y poder. Es un pensamiento un tanto ambicioso, lo sé. Pero si no soñamos, ¿Qué nos queda?
Tal vez me he desviado mucho, o nada. Probablemente no esté hablando de nada. De absolutamente nada, ese es el problema. Estoy hablando de pensamientos, y uno que otro sentimiento. Pero no estoy hablando de acciones en sí…
¿Qué tanto te gustaría convertir todo esto en acciones?

lunes, 10 de agosto de 2009

Belleza Popular


Hoy fue un día tierno de agosto, las melodiosas voces de las personas navegaban alrededor de mi aura. Su aliento ahuyentaba el polvo de las esquinas de mi cuerpo. Sus chácharas me tranquilizaban del barullo que revoloteaba en mi cabeza. Sus sonrisas bañaban mi cuerpo de vida y cordura. Absorbía el olor de su perfumado vergel interior. Su adoración por lo monótono calmaba mi hambre por lo bizarro. Su sincronización para esquivar mis comentarios ásperos era alucinante. Una viejecita me enternecía, por el esmero como vendía sus pastelillos de avena. La chiquilla del vestido púrpura me miraba con los ojos como platos, abiertos y expectantes; estudiando meticulosamente mi pasado. Nada se le escapaba a esa dulce chiquilla. El olor a café de la olla recién hecho inundaba el lugar. Se aspiraba la aceptación y la paciencia, de cada integrante del manojo de personas que iba y venía. El cabello de los niños que corrían me hacía caricias inocentes en mis piernas paliduchas. Las mujeres cuarentonas compartían su inmensa sabiduría, hablaban y hablan por horas, sobre los grandes acontecimientos de la colonia. Las plantas, se abrumaban con la presencia de todas las personas de ahí, se asfixian por sus aires de grandeza. Las miraban desde abajo, con miedo e idolatría. Ellas mejor no decían nada. Reinas y reyes caminaban, vendían, compraban, amaban por el mismo piso que yo había caminado. Mientras que yo me atragantaba atentamente del olor a fritangas, caramelos caseros, carne asándose en su jugo, la grasa escurriéndose por las sienes de los trabajadores, las margaritas expidiendo olor a vergüenza, los caireles olor a frutas de los infantes, todo era sutil.
Me quedé idiotizada, atrapada por el encanto de mi gente. Mi cigarrillo se había terminado entre mis dedos, y aunque me quemara los dedos por lo cerca que se estaba consumiendo de mi mano; yo no quería reaccionar. Enjaulada en la burbuja que habían creado todos, yo admiraba el cielo que circundaba a estas bellas criaturas. El colorido de los puestos de comida y ropa usada era hipnótico. Se respiraba un aire de…
--Disculpe, ¿La puedo ayudar en algo?- -Me dijo una mujer con unos gigantes ojos hermosos, brillantes y mestizos.
--No, gracias. Ya han ayudado suficiente-- Dije satisfecha.

sábado, 8 de agosto de 2009

El dolor inconsciente de tu presencia.


En nuevos momentos saboreare esa victoria, esa satisfacción de permanecer sublime. El dulce sonido de mi corazón martillar mis costillas me asfixia. Me retiene de cualquier movimiento en falso. Dudo cualquier palabra, acción o sentimiento, porque simplemente me abrumas. Me asqueas del sentimiento que siembras en mí. Me sorprendes, porque simplemente no te conozco; cualquier movimiento es en falso. Aunque dude de estos sentimientos naciendo y brotando como margaritas dentro de mi corazón, probablemente sea lo más seguro. Lo más seguro seria besarte con ese acido olor a tabaco. Olor a experiencia y engaño, tus suaves palabras me transportan a una realidad alterna. Y simplemente me exaspero de este sentimiento. No entiendo porque siento tan rápido esto. Porque no te conozco y me duele que no lo notes. No se cómo te apellidas, como besas, no he escuchado un buen argumento tuyo sobre la política, no he caminado sobre tus aguas de sabiduría, nunca pise tu área restringida, porque ahora que te haces a un lado para tu nuevo futuro; empiezo a sentir todo esto por ti.
Es bueno estar de vuelta, de vuelta esas viejas andadas. Esos caminos que ya he caminado por muchos segundos de mi vida. Ese sentimiento de cosquilleo, el cosquilleo que se siente en el estomago y sube hasta tu traque y las mariposas vuelvan para inundar todo el área. ¿Y por qué lo siento? Porque no soy utópica, no soy tan realista ni tan hombre. Soy una soñadora, una locomotora, una maquinaria que no sirve, un manojo de sentimientos reprimidos por el martilleo de tu presencia. Y aunque este modus operandi no me haga lograr mi cometido inconsciente, Carolina dice que debo seguir adelante. Porque no lo notas. Porque no te echas un ojo por la espalda. Porque no te percatas de esto. Porque no te quedas. Porque no te desvives. Porque no te arriesgas y abrumas. Porque no se puede. Porque amas y otorgas. Porque no me escuchas.
Ese largo cuento de amargura, ya me lo sé de memoria. Y aunque no lo creas, se todas tus historias. Puesto que, las he vivido. Y aunque me duela la cabeza, me cueste gran esfuerzo teclear, me abrume esta comezón en mi pierna, esta ansiedad por un cigarro, la pesadez de mis sentimientos, el dolor de mis pensamientos, la cancelación de mis intentadas acciones, me encante el olor de tus labios, me resguarde el calor de tus manos y sonido de tus palabras. No expresare sentimiento alguno.
Aunque Ivan vocifere, patalee, me adame, me dome y me bese. No lo hare. Nunca te mostrare este pesado sentimiento en mi pecho.
Porque…
Es inútil.
Es estúpido.
Es incoherente.
Es irracional.
Es incongruente.
Soy yo. No lo puedo negar, pero lo puedo evitar.

viernes, 7 de agosto de 2009

Santiago: El crujir de nuestros sueños añejados.


Un no tan frio día del dos mil nueve, me senté en otra banca. Cabizbaja, argumentando con mi coherencia; si era correcto o no pensar en todo aquello. En el montonal de historias que cubrían ese pequeño parque, rebusque un manojo de hojas secas. Hojas secas que hacían formas nebulosas en el piso. El canturreo de las aves y cuervos en la copa de los arboles me estremecían, me obligaban a recordar cuando me picotearon la cara y tu no pudiste más que reírte a carcajadas. Y a carcajadas termine yo también, riéndome y tirándome al piso por la ironía de la sutil elección de esos pajarracos. Indiferentes, incoherentes y simplones. Siempre fuimos así, así de inmaduros. Jugueteábamos con la incongruencia de nuestros actos, tu siempre tan perspicaz, astuto y tajante. Yo siempre fui muy niña y te encantaba jugar con eso. Te aprovechabas que me encantaba como terminabas oliendo a cigarrillos baratos, después de fundir nuestros cuerpos. Peinabas mi rebelde flequillo porque simplemente te gustaba hacerlo. Nunca fui de ideas concretas, siempre alternaba ideas predeterminadas en mi cerebro; para luego intentar implantártelas a como diera lugar. Pero me dabas tan fuerte la contraria, que no tenía sentido alguno seguir luchando contra la corriente. Y te burlabas que cediera tan rápido con tus varoniles ademanes y tu acento de francés corriente. Nos burlábamos de las diferentes manías de la gente, de sus fetiches y costumbres alejadas. Esas extrañas costumbres que también nosotros seguíamos. Cuando por ejemplo, vertíamos los dos últimos tragos de nuestras tazas de café porque te decía que sabía a jarabe para la tos. Y aunque fuera un simple invento mío para tener una rutina diferente, te la tragabas enterita.
Recuerdo vagamente cuando me leías antes de dormir, esa novela barata de suspenso que te habían regalado en un intercambio. Claro que recordare toda mi vida, cuando te quería leer mis novelas cursis pero te negabas rotundamente, porque me alegabas que era para leérselas a las chicas. Pero por eso siempre recordaba tirarte de lo más alto de la colina, y me tirabas junto contigo y rodábamos colina abajo riéndonos, comiéndonos a risotadas. Y con la cara oliendo a cigarrillo te me acercabas para besarme sin aviso previo. Tomabas mi cuello, hundías tus dedos por mi pelo y acariciabas mis sienes. Impedías que salieran más palabras, un mismo aliento iba y venía por nuestras bocas. Nuestros labios se superponían uno sobre otro y viceversa. Escuchaba las risitas de las hojas por las cosquillas que les hacia el viento. Al mismo tiempo sentía un tibio tejido blando que acariciaba mis labios, y apenas si tocaba mis dientes. Mordisqueabas mi labio superior mientras sentía como la piel se me erizaba. Aunque siempre el morbo de la gente nos separaba sin aviso alguno.
Caminábamos y caminábamos, dando vueltas, girando por un mismo circulo. Nunca encontrábamos que hacer, bajo el manto frio que hacia caricias violentas a nuestros rostros. Y siempre tapabas con cinta adhesiva los hoyuelos que tenían mis zapatillas. Ya que yo he tenido la maña de toda la vida, de brincar sobre charquitos de agua estancada. Aunque al final del día los fluidos de mi nariz se escurrieran, siempre después los limpiabas con lo que sobraba de tu manga izquierda.
Me prendías un cigarrillo de los que siempre me han gustado, y aun con el olor a tabaco entre los dedos; me besabas la palma de la mano. El gorgoteo del café hirviendo siempre nos despertaba de nuestras concurridas fantasías de viajar por todo el mundo. De conocer Berlín en un abrir y cerrar de ojos, para despertarnos en Paris y desdibujar con mis manos tu cuerpo en Viena. Me emocionaba hacer planes ficticios sobre nuestro futuro, el pensar en viajar y charlar horas en un riachuelo alejado de la civilización. Me alteraba el sistema nervioso pensar que podíamos crear universos paralelos para el otro, un universo de charlas amenas, frutos de la paciencia, olor a ron añejo, las manchas de vino tinto y cafeína que le daban ese toque especial a tus pantalones caqui. Mi vestido floreado que te encantaba vérmelo poner. Mis uñas con esmalte rojo, mal pintadas. Porque tu insistías en que podías pintarlas aunque estuvieras bajo la influencia del alcohol más económico de la colonia. Tu enmarañado cabello que bailoteaba con el viento que soplaba en los rascacielos de nuestra ciudad. El olor a mar que se quedaba en tus camisas de botones, después de haber hecho un sabroso picnic en la playa. Mi gato que jugueteaba con los cordones tus botas de charol. El dulce sabor del té de manzanilla que preparabas cuando se me agolpaba la culpa en la nariz. El ronroneo que emitías cuando me ponía esa falda negra. El olor a gas cuando no sabias prender la estufa. Mis constantes chistes malos sobre el feminismo. Tus contraataques con chistes de humor negro. El suave sillón en el que dormitábamos por las tardes. El golpe sordo de la realidad. Las bancas mojadas en el invierno. El crujido de las hojas en otoño. Nuestro amargo adiós en verano. Y una chirriante nueva banca para mi vida. Pero todavía me miras a través de las hojas de nuestro parquecito.