lunes, 7 de marzo de 2011


Como a eso de las (inserte hora aquí) de la mañana

A penas puedo ver con claridad, es como si mientras caminaras tu silueta se fuera desmoronando y simultáneamente se mezclara con la loseta. Y unos cuantos cabellos vuelan. Por primera vez no tengo frio, y es grato. Porque soy una friolenta, una empalagosa que le gusta acurrucarse hasta quererse sacudir las ganas de vivir. Y entonces nos abrazamos. Escrudiñamos cada imperfección de nuestras manos, con nuestros dientes. Como si la vida dependiera del mordisqueo.  
Unas manos poseídas se escapan por ahí, y juegan con la densidad de tu ser. Con lo pesado que pueden ser tantas cosas, aun así me gusta jugar con ellas. Unos labios furtivos se avecinan, con un tibio aliento perfumado en alcohol. Un alcohol barato, juguetón y sabroso. Y por ahí, en la penumbra de la noche, por arriba de las cobijas, se encuentran estos con los míos, jugamos un rato. Un rato más. Un rato más. Y después amanece.

-          Tienes uno, dos, tres, cuatro, cinco, mil.
-          Mi mamá también los tiene.
-          Es como si tuvieran una cubeta de lunares y te los hubieran aventado a los labios.

(Silencio, pienso)
Entonces, ahí es cuando exploto por dentro.

jueves, 3 de marzo de 2011


¿Y si te dejo ir?
Siempre me encuentro en mi cama, tirada y llena de lágrimas. Observando el techo, como reconstruyendo imágenes, de lo que alguna vez fuimos. Con un aroma que se escapa de por ahí, quien sabe de dónde. Pero es un aroma que ya conozco, un aroma insulso y dulzón. Que se me había aferrado a los vellitos de la nariz. Tan pegado en mi cerebro que ni raspándolo se sacaría. Es un aroma que de vez en vez, lo olfateo en extraños, lo huelo en lugares bizarros y a veces cuando la noche me abraza para entregarme a los brazos de Morfeo, me enjaula y no me deja pegar los parpados por horas. Recordando [ re – cordis ] lo que alguna vez se me escapo de entre los dedos.

miércoles, 23 de febrero de 2011

I know it's been a while. I know i may forgot you somewhere in my unconciousness. But you're still somewhat in my same rotting hole.

jueves, 9 de diciembre de 2010


I guess it’s just one of those days, you know? Like, you woke up feeling meaningless and utterly alone. It’s like you’re watching how people just walk by doing their daily routine, living their miserable life’s, counting until their very last day. In some way you can feel like you’re watching them from far away, like you’re some kind of public, and they’re just acting for you. And it just seems like you’re not part of them, you are just here to exist. Like, you’re just staring at those characters called family, friends, community, just being they. Not involved in your existence. And you’re just sick, sick to the bones, but you can’t get enough of this sickness. Because you want to rot in your sickness, you feel like throwing everything you ever built, if there was something, and you want to disappear, for good.
Then you feel some pounding in your ribcage, there’s some tickling in your head, bursting ideas of rage and you feel an uncertainty that you just can’t get rid of. Is there anyone? Somebody to care, someone that can lick some old wounds, and appreciate an old soul. And you just watch other people that don’t deserve this type of appreciation.
After all this feelings and thoughts, you may feel tired. Like you just want to sit somewhere and melt and drain all that sickness away. There may be a place where you can rest and stay still for a while, from all that noise. You want to rest your dreary eyes, close them for some time, rest your hands from all that filthy surfaces that they have to touch and embrace for a living.
You’re just bored. And you’ll be bored after you’re dead. Nothing’s amusing, or interesting, everything seems so meaningless.
And you just can’t relate with the whole percentage of humanity. That’s a fact, you are nothing.

domingo, 21 de noviembre de 2010


Las calles se empapan y se hinchan de porosas ideas que se escurren de entre las nubes.  Los ojos de muchos chorrean en recuerdo de otros tiempos. Con las ventanas cerradas  y los harapos más calientes, me siento en el diván. Observando con atención cómo golpean el cristal esas pequeñas que escapaban del universo para caer ante mis ojos. Mirando el cristal empañado noto un desliz entre la perfección de las gotas.  Una gota más dura que las demás, una sobresaliente que se abre camino entra las otras más blandas y suavecitas. Con un destello en particular que al chocar contra el cristal se escucha un sonido uniforme a diferencia de las demás. Y se abalanza contra el piso sosteniéndose del cristal, para al final reunirse en la alberca de sus hermanas que se amontonan en el riel de la ventana. Al quedarme idiotizada viendo esto me doy cuenta de una cosa, un detalle insignificante. El estar sentada ahí saboreando el espectáculo que se aparecía en mi ventana, me hizo notar la insignificancia de mi diminuta vida. Yo podría ser una gota que se dirige al fin de su pequeña y redonda existencia. Algún día me estrellare contra la realidad de otro ente. Y probablemente divago, divago y divago en el rincón de mis pensamientos, pero no hay duda que todos sentimos ése vértigo de ir en bajada, a toda velocidad con otras pequeñas a tu alrededor jugando quien llegará más rápido al fin. Con gotas diminutas y saladas que brotan de tus ojos  para enjugar tus mejillas en un sabor melancólico. Con esa concepción en la cabeza revoloteando por ahí, brincando en tus sienes y abriéndose camino por tu boca, dejando lugar a  un sollozo largo y  frío. Una aflicción apretándote las costillas hasta romperlas y juras sentir como el corazón se detiene por un momento de ésta angustia que te atormenta. A sabiendas de tu ingrata existencia te levantas y te diriges a fumarte un cigarrillo. Lo saboreas, lo consumes hasta que no queda más que el filtro. Das vueltas y vueltas, por tu pequeña vivienda, pero sabes que no hay un no por respuesta a tu concepto. Gotitas, gotitas, somos más que gotitas.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Once a year, every now and then she forgets, she forgets all about her past and drives herself crazy at night. Thinking about the flaws and mistakes she's ever made. She's forgetful. She likes to write reminders in her hands. She's a mess. She keeps a lucky charm around her neck to keep her safe at night. She forgets who she is every now and then. She falls in love every once in a while. No one loved her back, of course, but it was worth trying. She’s a bit pretty. Sometimes she wants someone else’s man, but then again she always regrets it. She’s a girl you may know. She’s everybody’s friend. She’s not a lover; she’s just what she is. She writes and dreams about a different reality. She smokes to let out a little life. She’s just someone you know. She’s just someone who appears and vanishes among everybody else. She’s impossible to forget but hard to remember.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Mariela

Era cada mañana cuando Mariela se levantaba a hacerse una tasita de leche con café, porque tenía más leche que café dentro de su tasa, se comía las migajas que dejaban los panes duros que se había comido días antes. Luego se metía a la regadera a regarse el jardín, sacudir el pasto y rasurar los matorrales. Al salir se ponía un vestidito de lino de cualquier color pastel. Se untaba crema en sus piernas como el bronce y perfumaba su largo cuello.



Al terminar toda su rutina mañanera, salía a dar una vuelta a las cuadras que rodeaban su casita de tabla roca. Caminaba por la acera mirando a través de las vitrinas, donde se escurrían sobre los maniquís los vestidos de seda llenos de gracia, en las tiendas más costosas de la ciudadela. Seducía uno que otro extraño con una mirada furtiva, una mirada coqueta que se le escaba y con la danza de sus caderas de lado a lado, que tiraba cualquier mandibular.


Después de babear un rato en el centro, por los costosos atuendos, regresaba a su morada a escuchar a su senil vecino tocar el clarinete. Nada la hacía más feliz, nada la hacía regocijarse en júbilo de tal manera. Sacudía y barría con el ritmo del clarinete. Después prendía un porro y se fundía con la melodiosa situación. A Mariela no le gustaba fumar mucho, solo lo hacía cuando lo ameritaba, decía ella.


Se desvestía al compas picaron del clarinete y suavemente buscaba su ropa de trabajo. Esa ropa que dejaba mucho que desear. Mejor dicho que hacía mucho que desear. Un vestido con cuello de encaje que se desabotonaba desde atrás. Le llegaba hasta medio muslo mostrando un poco de los moretones de ayer. Pero no era nada que unas lindas medias pardas no cubrieran. Con unas sortijas de diferentes diamantes, de diferentes clientes le envolvían los dedos. El cabello ondulado le caía sobre el hombro derecho, dejando que su tierno cuello se asomara. Un cuello que se bañaba de perfume francés, cada noche. Después tomaba sombras de diferentes tonalidades que dejaban sus ojos fríos llenos de sabor. Para luego deleitar tu vista con unos labios color carmesí.


Al terminar esta ritualidad se servía un vaso chato de vino tinto, barato. Se lo tomaba despacito, a pequeños sorbos, saboreando el amargo sabor en su lengua. Esperando la llamada. Así siempre pasaban dos horas, ella bebía para verse más feliz. Al rato de esto, recibía la llamada. “Ya llego alguien, preguntando por ti” le decía una voz que se interpretaba como una mujer asalariada.


Mariela bajaba las escaleras feliz, porque tendría dinerito para gastar en el vestido de noche que vio en el aparador ese día. Al salir de la casa con aromas dulzones, sentía una fría brisa y el alcohol sumergirse en su sangre. Paraba un taxi y le pedía gentilmente que le llevara a cierta dirección.


Al llegar a dicha dirección, le abrían la puerta unos hombres fortachones con aspecto de matón. La saludaban educadamente y le deseaban una próspera noche. Al entrar al edificio tan visitado, sus ojos se deleitaban con un desfile de mujeres. Mujeres que invaden el sueño de cualquiera para empapar tu cuerpo de dicha y locura. Unas féminas de diferentes nacionalidades que desbordaban sexualidad de sus bragas. Mariela las saludaba a todas como si fueran sus hermanas. Las besaba en la boca con gran cariño, como a quien no se ve después una guerra.


Ella atravesaba el vestíbulo, lleno de vestidos que ciegan por todas las lentejuelas que cuelgan. Recorrida la larga tarima, pasaba a un pequeño cuarto que se resguardaba en la penumbra de los camerinos, para las divas. Llegaba al cuarto, cerraba la puerta detrás de ella, le echaba cerrojo.


Se quitaba el abrigo y se tomaba el trago que una de sus camaradas había dejado en el piso. Levantaba la mirada y veía a un cliente habitual. El señor Disán, que siempre le llevaba whisky caro y joyas que te hacían parpadear. Mariela se acercaba a su conocido y le decía que si la esperaba cinco minutitos. “Apúrate que no me aguanto”, le contestaba el hombre canoso. Mariela le sonreía sutilmente y se dirigía al baño. Llegaba al baño, y se deleitaba con un polvito blanco que se escabullía en sus fosas nasales. “Suficiente para el rato”, pensaba ella.


Al regresar al cuartito, se desvestía lentamente. Con los ojos del señor Disán atravesándole el cuerpo. Recorría sus muslos con las puntas de sus largas uñas coloradas. Con el corazón del canoso acelerándose cada vez mas. Fluidos corrían por todos lados, el se lamia los labios. Ella se contorsionaba en el sucio piso lleno de cenizas, levantando las piernas, dejando ver su femineidad. Se sobaba para el deleite del voyerista. Se levantaba lentamente dejando caer sus caderas en las piernas del desenfrenado. La apretaba, la lamia y la abrazaba. Un frenesí de hormonas recorrían las venas del pobrecillo canoso. Ella sólo se lucía. Mariela hacía lo que el señor Disán le ordenara, levántate, siéntate, lámeme, sóbame, ámame, cualquier berrinche. Ella sabía que le convenía obedecer al hombre, “Quiero mi vestidito, el más caro que vi en esa vitrina” pensaba.


Se escurría la música del lugar por las bisagras y los hoyuelos de la puerta. El hombre jadeaba y apretaba los ojos para aguantar un ratito más. “Que rápido se va a venir este idiota” pensaba Mariela. Ella solo pensaba en comprarse ese lindo vestidito. Mientras el hombre aguantaba como su corazón latía sin ritmo alguno. Con los pantalones en el piso y los zapatos puestos. Mariela se incomodaba, después de todo a ella nunca le gustaba estar contra la pared.


“Tiempo” se escuchaba una voz por el pasillo que abrazaba la puerta. El hombre abría los ojos como platos, tartamudeando y agradeciéndole a Mariela por el buen rato. “No es por nada, es todo un placer”. Era lo que siempre decía Mariela, después de dejar contento un cliente. El viejo torpe se subía los pantalones y se limpiaba los fluidos del saco. Mariela se subía las bragas, mientras miraba expectante a su cliente. “Ya vete, tengo más clientes” le decía ella. El señor Disán le agradecía tartamudeando y le daba sus lindos pendientes acompañados de una botella grande de whisky.


Mariela se tomaba toda la botella esa noche. Con todos sus habituales. Ebria y feliz por el dinero de su vestido, se despedía de sus hermanas. Salía arrastrándose del lugar, con los bolsillos llenos de billetes.


Llegaba a su casa sonriente, se ponía su camisón para dormir y se tiraba en la cama con todo dándole vueltas. El cuarto se impregnaba de un aroma crudo. Un aroma que se mezclaba con el de los hombres que veía y la felicidad que les producía, entre otras sustancias. Mariela, cerraba sus coquetos ojos, llenos de maquillaje y le rezaba la virgencita que el vestido siguiera en el aparador mañana.

miércoles, 30 de junio de 2010

throw

your arms around me

viernes, 28 de mayo de 2010

Poco importa

1:12 am
Salgo del hospital, subo a mi auto, prendo un cigarrillo.
Manejo lento, con mi cabeza llena de pendejadas, como diría cualquier otro. Hago el doble de tiempo en cada alto de disco y semáforo. Tomo calles cerradas intencionalmente, para tomar el doble de tiempo en llegar a mi casa. Prendo y apago las luces, jugueteo con el humo de mi segundo cigarrillo. Dos patrullas se acomodan junto a mi carro, en un semáforo. Me ven, los veo, se van. Que idiotas, pensé. No tengo licencia, que idiotas. Cambio de canciones, sin buscar ninguna. Paso mi dedo anular por mis labios, buscando algún rastro de amor. Parpadeo varias veces para ahuyentar el somnoliento aliento de la noche. A unas cuantas cuadras de mi casa, paso a un autoservicio por una cajetilla de cigarrillos, los usuales. Prendo un cigarrillo, doy un sorbo de agua. Manejo, manejo, llego a casa. 

2:33 am
No hay nadie en casa, como siempre. Paso a la cocina para olfatear algo de hogar, algo que me recuerde algo tibio. Nada, ni una sola memoria. No importa. Me quito mis pantalones, corro por las escaleras hacia mi cuarto. Prendo otro cigarrillo. Me despeino, me unto crema en mis piernas paliduchas. Tomo una pila de películas y entre el manojo, escojo una de acción y una melodramática. Tengo energía, pongo la de acción. Empiezo a coser los hoyos de mis pantalones lilas. Tomo un sorbo de refresco. Me arde al tragarlo. Pienso en lo que me hace en el estomago. Me importa una mierda. Más vale joderme rápido que lentamente.

2:50 am
Me siento sola. Me siento alejada. Me acurruco en las cobijas y almohadas. Encuentro un huequito que me haga sentir querida. Como si me abrazasen. No sirve. Que mierda, pienso. A veces me gustaría acurrucarme con alguien, pienso. Que cursi, pienso. La película termina, pongo la otra. Dibujo siluetas en las palmas de mis manos. Que cursi, pienso. Siento una ansiedad que me empuja hacia el balcón del cuarto principal. Abro la puerta corrediza, salgo. Prendo otro cigarrillo. Escucho ratoncillos en el baldío de un lado. Me importa una mierda. Que sola estoy, pienso. Escucho pasos en los cuartos del primer piso. Me importa una mierda. Róbenme, mátenme, me importa una mierda. No tengo mucho que dar. Un reproductor mp3, una cámara y nada más de valor monetario. Me recargo en la pared del balcón. Siento la gélida superficie que acolchona mi cuerpo. Escalofríos. Escalofríos. Estornudo. Más vale que me meta, pienso. Las consecuencias serian, un resfriado, neumonía, un cuadro asmático. Me importa una mierda, me quedo afuera. Poco importa si me enfermo. Más vale joderme rápido que lentamente. 

4:29 am
Paso mis dedos por los cabellos sueltos de mi coleta. Tomo un largo suspiro. Miro mis pies descalzos. Que feos, pienso. No estoy usando pantalones, pienso. Me meto al cuarto. Más vale ahorrarles un susto a los vecinos, pienso. Camino hacia la cama. Trepo en ella, esquivando las cosas que deje sobre ella.
Acomodo mi cabeza en la almohada púrpura. Saboreo el sabor a tabaco de mi boca. Qué asco, pienso. Pongo mis manos sobre mi cara, levanto mis brazos hacia el techo. Mueve mis dedos de diferentes formas. Silbo. Tarareo. Canto con todas mis fuerzas. Qué asco, pienso. Dejo de cantar. Bajo mis brazos, los acomodo alrededor de mi cabeza. Siento un antojo. Me levanto de la cama y bajo las escaleras. Mis pies sienten el frio piso. Corro. Llego a la cocina, sirvo mi vaso de leche sin derramar una gota. Corro hacia arriba, haciendo malabares para no derramar la leche por las escaleras. Llego a la fría alcoba. Tomo mi leche. Pienso en la escuela. Qué asco, pienso. En menos de dos horas tengo que arreglarme para ir a la escuela y no he dormido. Me importa una mierda. Saboreo la leche en mi lengua. Prendo un cigarrillo. Me acuesto. Nunca he pensado en si alguno de mis compañeros del salón se quedan igual que yo. Pensaran igual que yo, pienso. Jamás, son unos idiotas. Hay uno que otro que vale la pena. Que idiotas, pienso. ¿Habrá alguien pensando en lo mismo que yo, en este preciso momento? Pienso. ¿Habrá alguien en esta ciudad pensando en si hay alguien en esta ciudad, pensando lo mismo que esa persona?

5:15 am
 Escucho pasos. Alguien llegó, pienso.

5:45 am
 Alguien llegó. Me importa una mierda. Pienso. Pienso. No importo una mierda. Cierro mis ojos.

6:00 am
Suena una alarma. La apago. Tengo que ir a la escuela, pienso. Que mierda, pienso. ¿Cuántas veces tengo que ir a la escuela para que alguien me note? Pienso. Pienso. Pienso. Lavo mi cabello. Pienso. Lavo mi cuerpo. Pienso. ¿Cuántas veces tengo que ir a la escuela para que alguien note mi estancia? Pienso.
6:47 am
Nadie recuerda lo que digo, pienso. Limpia y peinadita, me fumo un cigarrillo. Tomo una taza de café con edulcorante artificial. Que rico, pienso. Saboreo. Saboreo. Saboreo. Siempre que fumo un cigarrillo y tomo café pienso en lo rico que sabe. Que sabroso, pienso. ¿Cuántas veces necesito prepararme un café para no derramar una gota?

7:45 am
Llego a la escuela. Me saluda una coqueta chica de quinto semestre. La saludo con una sonrisa. Que puta, pienso. Me encantan esos pensamientos que nunca le dices ni a tu mejor amigo, pienso. Subo las escaleras de la entrada de la prepa, entro. Me saluda la recepcionista y me hace un cumplido sobre mi atuendo del día de hoy. Le agradezco. Que mentirosa, pienso. Toco la puerta de mi salón. Pasa, me señala la maestra. Abro la puerta, camino frente a los alumnos aplastados en su pupitre. Qué idiotas, pienso. Me miran, los miro. ¿Qué pasará por su cabeza? Pienso. La maestra me hace un cumplido de mi atuendo del día de hoy. No le entiendo. Pregunto lo que dijo. Le agradezco. Qué idiota, pienso. Me importa una mierda. Me siento en la silla de mi pupitre. No importo una mierda, pienso. Pienso. Pienso. Escribe. Escribe. Un compañero me hace un cumplido. Le agradezco. Que mentira, pienso.

8:10 am
Un nudo en la garganta, siento.